Me presento... y doy inicio a mi historia
Fito Páez - "Circo Beat" (Album Circo Beat)
Supongo que, para comenzar, debo presentarme. Vicente Risopatrón, 20 años, estudiante de algo en alguna universidad. Estado civil, soltero sin compromiso, mmmm... hace... tres años. Así es, tuve mi primer amor, de esos rosados, hollywoodenses, mágicos e inexpertos amores a los 16 años, y no puedo arrepentirme. Se llamaba Gabriel, bueno, se llama Gabriel, el detalle es que soy yo el que ya no lo llamo, y, en fin, es mutuo. Nos conocimos en mi casa, amigo de mi hermano con 20 años, rubio, ojos verdes, peinado de moda... demasiado top para mí. Más piola son mejores, estos astros seudo modelos que no pasan desapercibidos por ninguna parte, además de ególatras son heterosexuales, creo que pensé cuando lo conocí, o lo pienso ahora, qué se yo. La historia sería diferente. Yo joven pendex de en ese entonces vírgenes labios jamás imaginé que las cosas cambiarían con alguien que aparecería en la puerta de mi casa con esa típica pinta de gañán ABC1 y una mirada tan absoluta como un sí. Lo encontré mino altiro, si era alto (más alto que yo, que de por sí soy bajo, a los 16 años contra un veiteañero, no era un requisito difícil de cumplir), rubio (jamás me gustaron los rubios, pero tenía que existir la excepción), ojos verdes (sí, son mi debilidad), barba de tres días, patillas, y esos ojos de nuevo tengo que nombrarlos por que sin duda son una adicción. Sonrió. Sonreí. Sería todo, pensé, qué más. Me extendió la mano y dijo “Gabriel”. Lo sé, soy un pelotudo, le respondí “No, me llamo Vicente”. Volvió a sonreír y me explico que él era Gabriel. Rojo. Creo que me reí y lo hice pasar al living. Al segundo apareció Gonzalo, mi hermano, que lo recibió a golpes, como recibía a todos sus amigos, y se sentaron. Última mirada antes de irme, para entretener la vista y soñar un rato, lo ameritaba. Me di vuelta para mirarlo y lo encontré con los ojos en mí. Uuuy... taquicardia. Tranquilo hueón, no seai iluso. Sí, esta bien, soy enamoradizo y esas cosas me dejan medio aturdido, pero ya me había tropezado unas cuantas veces y no tenía sentido empezar a suplicarle a Buda o al Soldado Desconocido que me dieran la oportunidad de vivir una historia de amor. Good bye Gabriel, game is over. Entré a mi pieza y prendí la tele. Fome, fome, fome, fome... Sábado Gigantes... más fome. Ni ahí con salir, menos con mi nuevo amor platónico en el living. Timbre, gritos, golpes, otro amigo. ¿Un gemelo gay de Gabriel? Para qué, con él es suficiente. Seguí practicando el sano deporte del zapping hasta que no me aguante las ganas de repetir su mirada. De pronto, en esas medidas extremas de búsqueda de excusas tontas para ir a dar una vuelta por ahí a buscar ojos verdes, me dio una insaciable sed. Agua, cocina, qué lata, tenía que pasar por el living. Espejo, pelo, dientes, a la caza. Entré a la cocina rápido mirando el sillón verde de reojo. Conversaba con el que había llegado recién, Cristóbal, ya lo conocía. Gonzalo no estaba. Entré a la cocina y me encontré con mi hermano adentro. “Anda a saludar a Cristóbal”. Qué lata bueno ya. Entré al living y saludé al nuevo visitante. Miré a Gabriel. Gabriel me miraba. Uuuy... taquicardia. Salió Gonzalo de la cocina y me mandó a mi pieza, obedecí. Sé digno, no te des vuelta. No lo hice, pero al doblar en el pasillo tenía que mirarlo. Me miraba. La taquicardia anterior no se había terminado, así que fue el turno del dolor de guata. Me metí a mi pieza y prendí la tele. Fome, fome, fome. Prendí la radio y me quedé ahí, luz apagada, música. Creo que me quede dormido algunos minutos. Filo, sal a verlo una vez más, siempre hay alguna excusa. “Gonzalo, ¿qué van a hacer ustedes?. Qué vamos a hacer, si me tengo que quedar cuidándote como si tuvierai tres años.” Parecía que Gabriel se iba a quedar la noche en el living, y yo bajo arresto habitacionario, soñando estar con él en alguna parte; pero su interrupción fue más que milagrosa: “Que vaya al asao del Pelao con nosotros po”. Mi hermano sonrió, yo sonreí, Gabriel sonrío. En quince minutos estaba en el asiento trasero de su jeep, directo a pasar la noche perdido en sus ojos verdes.
Supongo que, para comenzar, debo presentarme. Vicente Risopatrón, 20 años, estudiante de algo en alguna universidad. Estado civil, soltero sin compromiso, mmmm... hace... tres años. Así es, tuve mi primer amor, de esos rosados, hollywoodenses, mágicos e inexpertos amores a los 16 años, y no puedo arrepentirme. Se llamaba Gabriel, bueno, se llama Gabriel, el detalle es que soy yo el que ya no lo llamo, y, en fin, es mutuo. Nos conocimos en mi casa, amigo de mi hermano con 20 años, rubio, ojos verdes, peinado de moda... demasiado top para mí. Más piola son mejores, estos astros seudo modelos que no pasan desapercibidos por ninguna parte, además de ególatras son heterosexuales, creo que pensé cuando lo conocí, o lo pienso ahora, qué se yo. La historia sería diferente. Yo joven pendex de en ese entonces vírgenes labios jamás imaginé que las cosas cambiarían con alguien que aparecería en la puerta de mi casa con esa típica pinta de gañán ABC1 y una mirada tan absoluta como un sí. Lo encontré mino altiro, si era alto (más alto que yo, que de por sí soy bajo, a los 16 años contra un veiteañero, no era un requisito difícil de cumplir), rubio (jamás me gustaron los rubios, pero tenía que existir la excepción), ojos verdes (sí, son mi debilidad), barba de tres días, patillas, y esos ojos de nuevo tengo que nombrarlos por que sin duda son una adicción. Sonrió. Sonreí. Sería todo, pensé, qué más. Me extendió la mano y dijo “Gabriel”. Lo sé, soy un pelotudo, le respondí “No, me llamo Vicente”. Volvió a sonreír y me explico que él era Gabriel. Rojo. Creo que me reí y lo hice pasar al living. Al segundo apareció Gonzalo, mi hermano, que lo recibió a golpes, como recibía a todos sus amigos, y se sentaron. Última mirada antes de irme, para entretener la vista y soñar un rato, lo ameritaba. Me di vuelta para mirarlo y lo encontré con los ojos en mí. Uuuy... taquicardia. Tranquilo hueón, no seai iluso. Sí, esta bien, soy enamoradizo y esas cosas me dejan medio aturdido, pero ya me había tropezado unas cuantas veces y no tenía sentido empezar a suplicarle a Buda o al Soldado Desconocido que me dieran la oportunidad de vivir una historia de amor. Good bye Gabriel, game is over. Entré a mi pieza y prendí la tele. Fome, fome, fome, fome... Sábado Gigantes... más fome. Ni ahí con salir, menos con mi nuevo amor platónico en el living. Timbre, gritos, golpes, otro amigo. ¿Un gemelo gay de Gabriel? Para qué, con él es suficiente. Seguí practicando el sano deporte del zapping hasta que no me aguante las ganas de repetir su mirada. De pronto, en esas medidas extremas de búsqueda de excusas tontas para ir a dar una vuelta por ahí a buscar ojos verdes, me dio una insaciable sed. Agua, cocina, qué lata, tenía que pasar por el living. Espejo, pelo, dientes, a la caza. Entré a la cocina rápido mirando el sillón verde de reojo. Conversaba con el que había llegado recién, Cristóbal, ya lo conocía. Gonzalo no estaba. Entré a la cocina y me encontré con mi hermano adentro. “Anda a saludar a Cristóbal”. Qué lata bueno ya. Entré al living y saludé al nuevo visitante. Miré a Gabriel. Gabriel me miraba. Uuuy... taquicardia. Salió Gonzalo de la cocina y me mandó a mi pieza, obedecí. Sé digno, no te des vuelta. No lo hice, pero al doblar en el pasillo tenía que mirarlo. Me miraba. La taquicardia anterior no se había terminado, así que fue el turno del dolor de guata. Me metí a mi pieza y prendí la tele. Fome, fome, fome. Prendí la radio y me quedé ahí, luz apagada, música. Creo que me quede dormido algunos minutos. Filo, sal a verlo una vez más, siempre hay alguna excusa. “Gonzalo, ¿qué van a hacer ustedes?. Qué vamos a hacer, si me tengo que quedar cuidándote como si tuvierai tres años.” Parecía que Gabriel se iba a quedar la noche en el living, y yo bajo arresto habitacionario, soñando estar con él en alguna parte; pero su interrupción fue más que milagrosa: “Que vaya al asao del Pelao con nosotros po”. Mi hermano sonrió, yo sonreí, Gabriel sonrío. En quince minutos estaba en el asiento trasero de su jeep, directo a pasar la noche perdido en sus ojos verdes.